12.16.2006

first things first

I.
Id been meaning to catch up with Blondie for months. We finally met at the train station to go downtown for drinks. There was lint on her coat and her eyes were puffy. Her cheeks were pale against her hot pink satin scarf. But she wore a black knit cap that made her look like a 1920s movie star. Walking through the ramp, our train about to depart, I dont feel like rushing:
—We don’t need to run to catch this train, do we?
—Nah, there will be another one in a minute.
—Exactly. No need to run in heels and break an ankle, anyway.
—Oh my God. Or break a heel!
(And that’s un tacón, no un talón.)
Amen to that.

II.
Two rose petal martinis later, at the train station again. Blondie says, you must have a lot of shoes. I say, I do. But I think Ive managed to ruin my feet in the last year. Ive never walked as much in heels as I have over the last year. I was really proud of myself. And my ex used to love it. But now I cant get comfortable in any kind of shoe! Then, sadly: And I do love shoes. Blondie says: Lately I prefer to wear sneakers, to be honest (she giggles). My grandfather was a podiatrist. He always said, wear comfortable shoes.

III.
Birchside Street is pleasantly dark and residential, quiet except for the click-click-click-click of my steps. I walk slow and steady and ponder the fact that I never feel unsafe in my neighborhood. (My first womens studies prof used to call high heels victim shoes.) My feet hurt, yet I have the uncanny conviction that I can blaze if I had to.
Alone in my bed, I ask myself two questions. Will I really have to buckle down and wear Naturalizers one day? (The horror! How soon?)
And, Who ever heard of a podiatrist who was fabulous, anyway?
Cuddled up in my bed with my life in control, I rub my throbbing sore feet together and still feel invincible. And tall. And Im pretty sure it has nothing to do with the shoes.
Maybe its all attitude.

12.06.2006

regresa mi hombre favorito a mi cama

Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es éste? ¿Estamos aquí o en Francia? Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos los encantos y transformaciones de la tierra. (Sancho a Don Quijote en la Segunda Parte, Capitulo XI).

12.03.2006

drink

it was cold in the kitchen
and the light was low
as winter wrapped around
chicago

11.01.2006

10.31.2006

por-que-es-to-tal

Confieso, confieso, que hace poco más de un mes recibí un comentario muy grosero. Decía así: Llegué a esta mierda por accidente y la verdad es que sólo tonterías es tu vida.
¡Escándalo! ¿Quién habrá sido el infeliz anónimo? Recordé haberle hablado de este blog a un morenazo puertorriqueño que conocí regresando de Perú, un papi-promotor-musical con unos ojos preciosos y una labiaaaaa, que me dejó con gran inquietud por las alturas (y no las de Macchu Picchu), pero que aparte de mandarme un text message galante al llegar a los EU, desapareció del mapa.
Uy, pensé, basta de darle a leer mi diario íntimo a desconocidos (claro, porque usted, querido lector, es de la casa). Luego no se sabe quién mete las narices aquí. Yo queriendo pasar por alto, por supuesto, que (por admisión propia), fulano llegó aquí por azar, o como lo dijo más estrepitosamente, by accident.
Traté de ignorar la mala onda y sin embargo seguí dialogando con él. Pero no, quería decirle al grosero ciberlector – aparte de mentarle la madre – no entendés, también escribo en frida, y realmente soy una melancólica total, soy profunda y este blog, pues, pues es un paseo en el parque para mí, un poco de aire fresco ... O si no, de pronto quería decirle: ¿Ah, sí? Pues qué bien que mi vida te parezca una tontería, ¡esa es la idea!
Días después un amigo opinó que se transpira melancolía en estas páginas, y otro por ahí me habló del despecho (palabrota). Y hoy, hoy noto que hace más de un mes que Lola estaba calladita. ¿Será que la vida se me puso heavy, será que he perdido el sentido del humor, será...?
Nada. Lo que hay es lo que es, y lo que hay, querido lector, es lo siguiente. Te conocí en un bazar un sábado al mediodía y al que no le guste: no con-tro-les, no con-tro-les, no con-tro-les, no con-tro-les. Porque en estos días llega el otoño revolviendo nostalgias y lo que me provoca es escuchar a Flans, enamorarme de un fan que corre-corre-corre por el boulevard y que todo lo malo me resbale y se lo lleve el viento. He dicho.


10.30.2006

reina

Estoy seguro que si vas a Argentina y te ve un cordobés, te hace una cumbia.

9.20.2006

buena fortuna

to sit all alone on the grass

having lemony chicken

in the blazing sunshine

with a friend’s umbrella in my bag

(on a day where rain was in the forecast)

falling asleep all curled up on the grass

quiet but for the little ants

crawling on my toasty brown arms

(at the park where my heart was last broken)


9.07.2006

la santa cachona

Anoche T. y yo platicamos de nuestros nombres y sus significados. Hoy el desgraciado me informa por email:

¿Sabías que Santa Fabiola es la patrona de las viudas, los matrimonios difíciles, los divorciados y las víctimas de abuso, adulterio y traición amorosa?

¡Pues qué bonito! Pero asi, a mí que no me canonicen, porfa.

9.06.2006

la palabra precisa

Southern Decadence? What kind of festival is it?

Well, who would use a name like that?

A bunch of rednecks?

Rednecks don’t use the word decadence.

Ohmygod. A bunch of fags.

Exactly. It’s gonna be a blast.

9.05.2006

una tarde cualquiera

la ambigüedad
es muy poética
y la poesía acecha
se te mete entre las sábanas cuando menos lo piensas
y en la piel ni hablar
yo decidí que soy un concierto feliz de contrarios (paradoja)
y eso sin ambiguedad: com certeza
¿qué tal? y tengo certeza de muy poco...

ah, ¡es que hay un manual!

La revista brasileña Sexy, “la que entiende la cabeza de los hombres” ofrece un iluminador artículo llamado “Hora de la revancha: La cruel cartilla para vengarse de la ex.” Sí, porque “perdonar, dar la otra mejilla, olvidar ... eso es cosa de santos o maricas”, según dice aquí.
Porfa no me pregunten por qué estoy leyendo esta porquería de revista, sólo les cuento que ahora todo el comportamiento del Infeliz me parece elemental, mi querido Watson, y solo me queda cagarme de la risa y transcribir la guia para que ni a mí ni a mis chicas, nos agarren desprevenidas en un futuro (y se me ocurre que una amiga mía bien puede usar la guía a su favor):
1. Continúe siendo amigo de los amigos de ella. Trátelos bien, hágase la víctima, invítelos a salir. Así será más fácil que sus nuevas travesuras lleguen a oídos de ella.
2. No demore en buscar una nueva aventura. Nada más doloroso para su ex que enterarse que usted no quedó abatido con el fin de la relación.
3. No diga “Aló” cuando conteste el teléfono, diga “¿Quién habla?”, aunque sepa que es ella. Hágase el que no la reconoce, es la mayor muestra de que ella ya está en el pasado.
4. Salga con una mujer guapa, inteligente y simpática. Y de preferencia, que sea lo opuesto a su ex: si la ex era rubia, salga con una morena. Paséese con ella, por todos los sitios que su ex frecuenta. La idea de que a usted le puede gustar algo que no sea ella le corroe el alma y le baja la autoestima a cualquier ex.
5. Regale a su chica actual, lo más rápidamente posible, algo que a su ex le hubiera gustado recibir. Mucho más traumático que pensar que usted lo hace con otra, es pensar que usted es más atento y cariñoso con la nueva de lo que nunca fue con ella.
6. Póngase en forma, vístase bien, luzca guapo. ¿Ella reclamaba de su barriguita? ¿De sus zapatos feos? Ahora que el noviazgo acabó, siga todos los antiguos consejos y circule en forma, bien vestido y feliz por las calles donde ella pasa. La sensación de derrota es devastadora.
7. Conquiste una de las amigas de ella. Así mata tres pájaros de un tiro: ella se sentirá doblemente traicionada, por usted y por la amiga, y además se sentirá cornuda, porque siempre dudará si ustedes tuvieron algo antes del término oficial del noviazgo.
8. Invítela a cenar y propóngale un re-encuentro. Trátela como nunca, sea el mejor de los caballeros, dele el chance de re-evaluar la situación. Trátela como la mujer más importante de la tierra. Después llévela a un motel y despídala en cuanto terminen lo que llegaron a hacer.
9. Mantenga siempre contacto con la familia de ella. Trátelos muy bien, especialmente a la madre. Llame para decirles que está sufriendo por la separación y que todavía la quiere. Hágase la víctima. La familia se encargará del resto, recordándolo a usted en los almuerzos domingueros, tratando a los pretendientes con frialdad y mirándola a ella como si fuera una víbora.

9.03.2006

vida nueva

Cosas perdidas en la mudanza:
1. Impresora y escáner
3. Lámpara estilo chandelier
4. Tacita marroquí azul
5. Mi dirección original para fridasays
6. Un hombre que yo amaba

Cosas de más:
1. Ver el item anterior.
2. Tijeras. Entre junio y los viajes del verano, acumulé cuatro.

8.28.2006

vicisitudes de la lengua

¿Qué es esto, el diario de Bridget Jones? Tanto hablar de chicos... Aqui instalada en el pasillo de un Hostal Imperial en Miraflores, que de imperial no tiene nada, aprovecho mis últimas horas de viajera anónima para contar algo alucinante que nada tiene que ver con el sexo débil (sí, ellos). Y asi despedirme del verano.

En Perú creen que soy española; el diablito que llevo sentado en el hombro izquierdo me ha soplado al oído, “creo que eso significa que no tengo cara de india.” ¡Qué malo! Y en Río, un señor pensó que yo era gaucha, o sea habitante de la frontera con Argentina, donde se habla portugués con deje castellano. El detalle es que “captó” mi acento antes de que yo dijera palabra. Qué cara versátil tengo, ¿no? De nica, a conquistadora, a gaucha. Y yo que solo quiero retardar las arruguitas que ya empiezan a asomarse. Y talvez parecerme un poquito a Frida o a la Zeta Jones.

En Brasil, decir que algo es la foda significa que es lo máximo; mientras que decirle a alguien fodase es decirle que se joda. O sea que de algún modo, joder es lo máximo, ¿no?

Lo bueno, lo cool, en Brasil es legal. ¿Cuándo se ha visto esa admiración por las normas? En otros lugares, lo bueno se sale del marco, incluso de lo civilizado: en Nicaragua, salvaje, bestial (búfalo para una generación atrás); en Perú, bacán y (mi favorito) monstruo, pronunciado mostro.

La muletilla para expresar que estás prestando atención o estás de acuerdo, es é o éa. Pero ese é suena igualito a la clásica expresión nica de desafío o desdeño. Ejemplo: —Lola, el Difunto dice que todo fue tu culpa. Respuesta nica: —É! (se dice con fuerza, con la nariz para arriba, tipo, ¡está completamente loco! La negación total.)

Mientras que, por el contrario, el éa portugués me suena al yeah inglés, de modo que en portugués cuando asentís, es con ganas. Oh yeeeaaah para todo.

El oi brasilero, que significa hola y se usa de muchas formas para llamar la atención de otra persona, me suena al nica óe, que tiene el mismo uso y además puede ser tan deliciosamente celebratorio, como el ¡Oeeee, bacanal! con que saludo a W.

Un día entré a un supermercado en Río que tenía bines repletos de carne seca de lagarto: bistecs, lenguas, creo que hasta visceras, emblanquecidas y con olor extraño por todo el súper. ¿Sería costumbre amazónica eso de comer lagarto? Fue en el aeropuerto, saliendo de Brasil, que me enteré que lagarto significa res.

En Portugués, botar algo es tirarlo pero también ponerlo (o sea que la gallina bota huevos). Pegar es coger algo y también pillar a alguien (y yo no puedo evitar conjugarlo todo para imaginarme un escenario fetichista en el que te pillan, te cogen y te pegan). Marcar es fijar (por ejemplo, una cita), mientras que ligar es marcar (un número telefónico) y rolar es, coloquialmente, ligar con alguien.

¡Qué rollo!

8.23.2006

delicia de los desencuentros

El salón de belleza era la sala de una casa. Era amplia, con ladrillos blancos; de un lado estaban las habitaciones de las dueñas y estilistas y del otro, un porche que daba a una calle sucia y muy transitada.

La niña estaba empezando a caminar y ensayaba sus primeras palabras. Se tambaleaba de la sala al porche recitando su palabra preferida: No – decía. (Pausa). No. (Pausa). (Se agarraba de las patas de las sillas, como una pequeña astronauta de pañales pesados). Y después en crescendo: ¡no, no, no, no!

La pedicurista le frotaba los talones a mi madre con la piedra pómez cuando las dos se percataron de la vehemencia con que la bebita ensimismada andaba recitando su “no.” Alzó los ojos y le dijo a mi mami: “Ay, hermana, ¡si tan sólo siguiera diciendo así después de los quince!” Las carcajadas no se hicieron esperar. Hasta la señora que andaba barriendo los mechones del piso se detuvo a media sala a doblarse de la risa.

Escuché mucha conversación de grandes (y me atiborré de porquerías leyendo Vanidades y Cosmopolitan) cuando mi madre me dejaba acompañarla al salón de belleza, pero esa conversación de la bebita nunca la olvidé.

Últimamente la recuerdo porque en lugar de idílicos encuentros con tipazos exóticos, me he dedicado a coleccionar desencuentros. Del taxista y el engañadito ya les conté. Hubo también un morenazo de ojos verdes con un cuerpo soñado (platicamos en la playa), pero andaba de paso por Río, así que no íbamos a ser amigos y una aventura tan anónima no me inspiró.

Hubo el rubio divorciado que vivió muchos años en Boston, tenía una voz suave y una moto (qué emoción), pero ante la duda de que la primera vez que no coincidimos me había dejado plantada, la segunda vez lo dejé tocar el timbre muchas veces mientras yo continuaba disfrutando mi baño calientito, sola y tranquila. (Ese fue el desencuentro más premeditado de mi vida).

Hubo el mesero simpático que dejé plantado sin querer y con mucho pesar: me invitó a una cerveza mi última noche en Río, pero corrí tanto por toda la ciudad ese día, que en la noche ya no tuve ganas de ir hasta allá a encontrarme con él.

Hubo el intelectual peruano, un flaco lindo y desarreglado con una inteligencia deliciosa y encanto de más, pero la novia me lanzó dardos venenosos por los ojos cuando me le acerqué. Después me cayó mal por sometido.

Hubo el rock star peruano que hubiera colmado mi fantasía groupie, pero es que el peludo no estaba tan bueno como su música.

En algún momento, hubo hasta un desencuentro en mi propia sala, para qué cuento más.

He de confesar que hay algo bien rico en todo eso. La picarona de Lily me decía hace varias semanas: “¿Y entonces? ¿Vas a ser la única que fue a Brasil y no se afincó un brasileño?” Ohhh the pressure! Y yo quería, a veces sí quería.

Pero no.

Cada vez que lo digo me da risa. Me siento un poco torpe y cómica, como esa niña que está aprendiendo a coordinar su cuerpo con su voz, su inteligencia con su deseo. Mejor aún, cuando lo digo y sé que ya no estoy guardando luto por el Difunto, sino siendo leal conmigo misma, me siento... grande.

Ah, pero a Brasil, a Brasil hay que volver. Eso síííí.


8.14.2006

breve documental de un imposible

Amigos. No es que yo quiera arrastrar nostalgias ni complicaciones a este espacio decididamente irresponsable. Pero es que hay que decirlo. Si por la boca muere el pez, entonces las niñas han de morir por las orejitas.

Claro, porque hay palabras que entran y se quedan ahi, murmurando. Pequeños poemas cotidianos que se hacen sin querer y piden su espacio.

Voy a que sus palabras me seducen. No podría decírselo a él nunca (en realidad, hace muchos años que lo intuye). Pero a ustedes sí.

De todos modos, para evitar que la cursilería sea imperdonable, me limito a documentar y no comento mas.
Querida...,

De Boston a Lima. Melville describe la bruma del puerto y la ciudad, su casi aterradora tristeza.

A estas alturas tu seminario ya estará por terminar y tu ya serás ciudadana honoraria de la tres veces coronada ciudad de los reyes–ciudad “jardín”, en mi infancia; Lima “la horrible”, para otros.

Espero que estés disfrutando de tu estadía. Me imagino que después de Río, Lima va a ser un pastelito. ¿Está gris? El día que se sienta más gris [porque el gris se siente en la piel en esa ciudad] vete a mirar el mar desde los acantilados de Miraflores: no le digas nada, no le preguntes nada; simplemente míralo cumplir con sus rituales.

Un abrazo,
....

Prueba pictórica de que seguí su recomendación, un suspirito aqui entre nos, y chau.


8.03.2006

el galán tatuador

En las playas de Río pasan los vendedores. Experimentados, ya saben bien qué venderle a quién. Nosotras, como buenas turistas, compramos aretes hechos de pedazos de coco y unas mantillas con colores escandalosos para acostarnos en la arena. María se compró una salida de baño con un bordado hermoso. Yo me compré una botellita de bronceador que supuestamente era de coco, pero más bien olía a aceite de bebé (¡y qué pañal el que andaba yo puesto!) Y como todo el mundo, siempre que fuimos a la playa compramos agua, Skol, milho (elotes) y biscoitos (son como las rosquillas nicas, pero livianitas).
Me encanta escuchar los pregones. Mejor dicho, cuando los escucho me imagino estar en el lugar de mi viejo. Él disfrutaba de prestar atención a ese tipo de detalles. Me acuerdo que le gustaba escuchar un vendedor de periódicos que entonaba así: ¡La Preeeeeeeeensa-La PrensÁ-a!
El pregón más común que escucho aquí es Itália, ItÁlia!, con tremendo énfasis en la segunda Itália (es un sorbete). De vez en cuando algún pregón incorpora una estrategia de marketing: Itália, Itália! O mais barato da praia! Pero mi preferido hasta el momento fue, O camarão, camarão, camarão! Y con rrrrritmo ese camarão. Como si fuera un poema (Elogio al Rico y Delicioso Camarón) adaptado a la samba. Buenísimo.
Un día, la Mari y yo estábamos sentadas en la playa y un vendedor galán nos vino a saludar. Sin que me diera cuenta ya nos había besado la mano a cada una y nos charloteaba, de lo más simpático. Era un moreno joven, con el pelo en dreads y la piel azulosa, achicharrado de andar en el sol. Lo que vendía era una especie de tatuajes no-permanentes cuyos diseños llevaba en un álbum destartalado: maripositas, laureles, símbolos africanos, qué se yo. Conversa conversa y de pronto, el vivo me agarra el pié y hace el ademán de empezar a pintármelo con un palito. Yo lo retiré al instante y le digo, No, yo no quiero tatuaje, gracias.
No es tatuaje, me dice todo meloso, es un dibujo con carbón orgánico. Acto seguido me vuelve a agarrar el pié, y yo que lo vuelvo a retirar le digo, ya enojada: ¡Que no!
Se levantó el galán tatuador enojadísimo, y se fue recitando una retahíla que puntualizó con: ¡O Brasil não é uma terra de gente com mala onda!
Y ese fue nuestro segundo cara de pau.

el desmedrado

Amigos, cuando les conté que los hombres en Río de Janeiro no nos paraban bola, les mentí.
Uno de esos días maravillosos y soleados, en que María y yo íbamos caminando medio desorientadas por las calles de Copa, se nos cruzó un hombre que parecía salidito de un cuadro de Picasso. Bajo, cuadradón, de cuerpo desigual – un hombro más alto que el otro, el pelo largo, cenizo, en una cola que no alcanzaba a domarle las mechas – tenía una cara notablemente asimétrica. ¿Era vizco? ¿Tenía un ojo más alto que el otro? ¿Parálisis facial? No sé. Fue una de esas cosas que ves y no captás hasta después. El tipo pasó veloz y María me dijo, ¿viste ese hombre? No faltó más. Nos tiramos la carcajada. – Te juro que nunca he visto cara más angustiada que esa. – ¡No, ni yo!
Una semana después, la Mari y yo andábamos en la calle, alucinando de hambre. Entramos en un pequeño comedor (que aquí se llama botiquim) y estábamos ojeando el menú cuando de pronto ... ¡el vizco! Estaba parado en el bar, justo al lado derecho de nuestra mesa. Con su cara desmedrada – y aparte borracho – nos dice, ¿quieren una recomendación? Y nosotras, como niñas educadas que somos, asentimos. Papa a la calabresa, nos dice, lo mejor que hay en Brasil. Gracias, le dijimos, haciéndonos las locas.
Seguíamos ojeando el menú, cuando llega a la mesa un plato de papas a la calabresa ... con tres tenedores. Se veían deliciosas: unas papitas cocidas enteras, con cáscara, bañadas en un mojo de aceite de oliva y ajo. Sólo que el vivo este, que ya estaba también pidiendo tres cervezas (le dijimos que no), empieza a comer (de pié) y a parlotear como el dueño y señor de la mesa. En lo que hablaba, se babeó un par de veces sobre el plato. ¡Qué asco!
María y yo nos quedamos viendo y le digo (en inglés), Hm. Aquí no hay forma decorosa de cortar... Vámonos.
Le dimos las gracias al vizco (¡lo que son los modales!), nos levantamos y nos fuimos. Supongo que se quedó atónito. Y nosotras, pues comprobamos (aunque talvez no del modo preferido) aquello que dice un amigo mío: que no es lo mismo tener un hambre atroz que un hombre atrás.

7.31.2006

para ser gitana

Después de llegar a su destino, tire las maletas y sáquese la ropa. Recorra la casa de cabo a rabo desnuda, o en su camisón más rico.

Arregle y perfume la cama para que de noche, por más extraña que esa habitación sea, usted pueda soñar con los angelitos.

Abra ventanas, prenda ventiladores, destierre el moho y el polvo. ¿Tiene una velita? Préndala.

Haga del baño su santuario personal, el lugar donde mimará y adornará su cuerpo antes de que intervengan las miradas y la opinión de los demás.

Colme la cocina, corazón de la casa, con lo que le gusta comer, no importa si es pan integral, barras de chocolate o ambas cosas.

Desparrame libros por todos lados.

Sueñe con agasajar a sus seres queridos en el espacio que está, por el momento, vacío.

Escriba. Goce de la exquisita soledad que la acompaña.

Dedíquese a pulir su alma

y todos los días

regálesela al mundo como la única joya que posee.

(Siga su camino.)

7.29.2006

mudanças = cambios

Hoy hice lo que tenía meses de no hacer. Dormí hasta el mediodía.
Inesperado, porque ayer me tocó mudar de apartamento y está difícil dormir en una casa extraña: olor a moho en las gavetas, colchón esponjoso pero sin almohadas, vigas y paredes que se acomodan en la noche, ruidos de vecinos que se despiertan a mear, palabras extraviadas de una conversación que ocurre en una tele ajena, ventilador de techo que cruje amenazante. Ecos.
Medio dormida, me levanté a asegurar todo. De todos modos, cuando mis manos dieron con una llave antigua en la rendija de la puerta del cuarto (parecía la llave maestra de una mansión embrujada), la cerré. Y descansé.

En la tarde me disponía a leer en la playa, pero no llegué lejos. Por primera vez desde que llegué a Río, hace un día invernal. Gris, ventoso.

Me devolví con la tanga y el ombligo tristes y decidí pasar por el súper, consolarme con comida casera. Volvía a la casa con varias bolsas plásticas repletas, cuando me acordé del nombre cariñoso que usó mi hermana hace unos días, “mi gitanita.”

Desde ese día me vengo preguntando, ¿cómo es que terminé viviendo la vida de Marcela? La vida que las dos soñábamos a los catorce. Ella soñaba con viajar y yo soñé su sueño porque sí. Porque su imaginación era preciosa.

No sabía adónde íbamos ni por qué. Sólo que partir era importante. Vital. A los dieciocho rompimos con nuestras madres y nos fuimos a estudiar juntas. Desde entonces nuestras vidas se separan, se entrelazan, se bifurcan, se vuelven a encontrar donde quiera que estemos. ¿Qué sería de mí sin mi gitanita original? Cuánto la extraño.

Me provoca decir, “yo no escogí esta vida,” como que asumirla sería un pecado. Pero no logro formular la frase ni en mi mente. Me suena hueca.

Rumiando, bolso playero al hombro y bolsas plásticas en cada mano, llegué a la casa y de pronto entendí. Que más allá de los reproches imaginarios o reales de quienes no se atreven, más allá de que mi libertad la facilita mi madre que me adora (y del temor de lo que seré algún día sin ella), más allá de que el abandono talvez me lo fabrico yo – porque los hombres no me dejan mientras que yo inconforme, sí – más allá del hecho de que talvez estoy equivocada en todo y pueda morir infeliz un día.

Más allá de todo eso, en un instante comprendí que esta vida la vivo con toda la confianza de quien tiene una rutina infalible. Para bien o para mal. Eso me reconfortó, me hizo mucha gracia. Pensé en una receta, a continuación.

7.27.2006

ombelico del mundooo...

¡Ja! ¡Lo he querido hacer desde hace 10 años!



7.24.2006

post data

Después de una mala noche - otra noche sola - me desperté esta mañana con mucho que decirle al Difunto. Me puse a escribir una carta larga, queriendo enmendar cabos. Una hora más tarde, la releía y me preguntaba, ¿para qué?

Pensé la cosa un rato y llegué a la conclusión de que buscaba cómo empezar un drama que me distrajera del trabajo que tengo que escribir esta semana sin falta. Después de eso, quedé muy malhumorada.


No envié la carta. Me fui a resolver unos asuntos a la calle y después me largué a la playa.


Subir al bus. Alquilar una silla. Quitarme la ropa. Ponerme el sombrero. Embadurnarme de bronceador. Marcar una cita. Pensar en ella. Pierre Bourdeau. Cachorro quente (hot dog). Marcel Mauss. Helado Itália (de coco). Anotar en mi inventario de frases recogidas de diálogos ajenos. Como la chilenita de tres años que muy juiciosita preguntaba: “¿Y qué pensaste, mamá? ¿Nos bañamos o no?” Bella.


Anoche aprendí que en Brasil, a los intelectuales (léase nerdos) les dicen cariñosamente CDFs. Sí, culo de ferro, por estar siempre sentados.


¿Quién dijo CDF? Yo, no.


Horas más tarde alc
é los ojos del artículo para encontrarme con toda la playa teñida de miel. El sol caía, empezaba a hacer frío. Y sí, me dolía el trasero.

Me levanté da cadeira (la silla) a estirar las piernas. Recordé una de las frases má
s memorables del Difunto: “Espero que broncearte el trasero en Brasil te valga perder nuestra relación.”

Después de un día entero sin discusión, sin problema, con s
ólo mi humor de qué preocuparme – y mi apetito – con las olas a un costado y mi vida por delante, pensé: Sí que valió la pena. La perdería mil veces por estar aquí.

Y ya que estoy en onda Lola, pensé... qué buena post data para esa carta no enviada.

7.21.2006

postiza

En realidad era simpatico, y se esmeró: no hallaba qué más hacer ni qué decir para agradar.
Cuando me dijo: “Estam bacanes os seus cabelos”, casi le digo, pero un diablito se sentó en mi hombro y me dijo, No, ¿para qué? Disfrutá el cumplido.
Sí, era simpático: el problema es que debía ser el hombre menos atractivo de todo el Brasil. Y ya cuando me dijo “Eu adoro os seus cabelos”, casi me cago de la risa. ¡Y me lo dijo un montón de veces! No puede ser, pensaba yo. Es que aunque me gustara, ya no podría hacer nada con este man, con esa fijación que tiene con mi pelo. Te imaginás, a la hora de la hora...
De esa cómica y desatinada noche, el pobre prójimo sólo sacó que yo le dejara rozarme la mejilla con la nariz por un segundo y yo... saqué una lección importantísima (note to self): Cuando salgas con un man que de veras te interesa, ¡no te pongás la cola postiza!

7.18.2006

sozinha

Camino al aeropuerto a las 5 de la mañana. Se veía más joven en la foto que colgaba del permiso en la ventana del taxi . “Un señor alto, moreno y muy sonriente”, había dicho N. para ayudarme a reconocerlo, cuando nos llegó a recoger al aeropuerto hace 10 días. Y en efecto, tenía una sonrisa limpia, generosa. Y una quijada perfecta, masculina, de piedra. Duro y suave.
María y yo íbamos calladas – ella más dormida que despierta, en el asiento de atrás. El sol se asomaba levemente por detrás del espectáculo de ruina y gloria de Río de Janeiro. Omnipresentes carteles rosados se asomaban a la autopista anunciando Elsève, un producto para dar brillo a los cabellos. Detrás, altos rascacielos deslustrados, intercalados con frágiles estructuras de ladrillos delgados, naranja y gris en los bordes descascarados.
Pasamos un puente. El sol se comenzaba a reflejar en el agua.
—Se parece a Florida, ¿verdad?
—¿Qué? No te oigo.
—Vas dormida, ¿verdad?
—Sí.
Después de un café con leche, despedí a mi hermana en el aeropuerto. Al salir, un señor blanco y regordete me preguntó si necesitaba un taxi. Los taxis amarillos se aglutinaban como hormigas. Yo ya buscaba a alguien, una sonrisa inconfundible detrás de los reflejos.
De regreso, me dio por platicar en mi penoso portuñol. Nos entendimos. Entre otras cosas le conté que iba a extrañar a mi hermana y – no sé por qué – que acababa de terminar una relación de un año.
—Vôce va ficar sozinha no Brasil?
Le tuve que preguntar dos veces hasta que entendí. Solita. No, le dije, y le hice el cuento de que tenía amigos en el Brasil y demás.
Esa pregunta me dejó callada. Bajando de la autopista, un graffitti hurgó súbitamente en mi conciencia: O que vôce faria si não tuvisse miedo? (Seguramente lo escribí mal: ¿Qué haría usted si no tuviera miedo?) No pude contestarme.
Llegando a la casa me preguntó si tenía algún compromiso esa noche. Me propuso caminar en la playa a las 8. Asentí.
Fue una cita agradable y casual: tres Skols en un puestecito en Copacabana, al lado de la playa. Me contó de sus hijos, de su separación (por las buenas) dos años atrás, de lo rico que se comía en las favelas, del nordeste de Brazil – que me dijo no me podía perder.
Vivía en el mismo edificio que yo, en el quinto piso. En el elevador le comenté que iba a dormir como bebé después de esas cervezas. Ascendiendo, me invitó a subir a su apartamento a escuchar música. Pensé en lo bien que podría sentirse, tener con quién ir al festival nordestino (al cual era peligroso ir sozinha), descansar en un sofá y escuchar música nueva, acariciar la espalda de aquél hombre tan hermoso, dormir acompañada.
Le agradecí tímidamente y me bajé, apresurada, en mi piso.

7.13.2006

7.10.2006

en el pais de la bunda...


...las tetas mandan.

Así es, y lo descubrimos de la siguiente manera. En cuanto llegamos, nos fuimos a pasear por la playa con nuestros característicos looks de divas – y aquí hablo más por María, que no sale de la casa sin ponerse mousse en todos y cada uno de sus colochos, separados individualmente. (Yo creo que hasta las pestañas se separa individualmente). Andábamos nuestros trajes de baño re-sexy (otra vez María se apunta el cien, con uno fenomenal de Victoria’s Secret), los lentes oscuros de estrella de cine, el brillo de labios, en fin, todo el glamour que nos caracteriza.

Al rato, como anunciando un ¡corte! en el rodaje de nuestro Hollywood blockbuster personal, paran las cámaras y dice María: “¿Te fijaste que casi ni nos paran bola?”

Uy, qué mala onda.

Dos días después salimos a pasear al centro de la ciudad. María andaba puesto un vestido playero ligerito, tipo cómodo (en sus palabras, “This dress is so comfy! Jezuzzzzz, I can’t believe how comfy it is!”).

¡Amigos! No hubo lugar donde pasáramos donde la negra no causara sensación, y es que el vestidito estaba cómodo no sólo para ella sino para los mirones de todas las edades, que no dejaban de telescopear el escote que a decir verdad estaba bastante llamativo.

Y entons, como dijo la Marie, “¿Qué onda? Es el mismo cuerpo que he andado paseando por la playa, pero cualquiera diría que nunca han visto tetas.” (Casi me acomplejan a la chavala, ya le dije que no se preocupe, que las tiene de tamaño normal.)

Y es que – queridos lectores – aparte de que en las playas de Río de Janeiro hablamos de six-packs para arriba en las mujeres y (¡a Dios gracias!) en los hombres, las tangas las andan puestas hasta las niñas pre-adolescentes. Y a mí, que en los Estados Unidos me repugna ver a niñas con trajes de baño de dos piezas, aquí me parece hasta gracioso. Como que mostrar nalguita es bien natural: en este clima no es tema de morbo, es una estética bien sana del cuerpo.

Y así, pelando el ojo, nos fijamos que en los kioskos de periódicos y revistas que están en cada esquina, las fotos anunciando la edición actual de Playboy o qué se yo que otra cochinadita de gusto masculino, salen unas descalzonadas – de perfil o medio perfil para acentuar las voluminosas bundas y mi creciente envidia – y con el busto tapado. Así es, modelos bien bronceadas, con la nalga pelada ... y con sostén. ¡Válgame Dios!

Lo tabú es lo que impresiona. Es chistoso, la verdad, pero ¿qué tiene que ver el barómetro del gusto masculino con la moda? Absolutamente nada, lo tenemos comprobado: se mide por un instrumento que nada tiene que ver con el órgano del gusto ... aunque mucho nos guste.

Y mejor lo dejamos ahí, señoras y señores.

7.07.2006

llegar a rio


La palabra Varig, ¿verdad que suena a vara, y verdad que suena a ver— (mejor no digo)? Bendita aerolínea, se declara en bancarrota la misma semana que mi hermana y yo viajamos. Pfff. Y nosotras ni cuenta nos dábamos.

Claro que después, ni cómo olvidarlo. Llegar a Río fue toda una odisea. El vuelo salía de Miami a las 10 a.m., así que llegamos al aeropuerto a las 7:30 a.m. ... para enterarnos de que no había servicio en el escritorio de Varig. El vuelo estaba cancelado, pero la aerolínea no se molestó en avisarnos (ni nosotros en confirmarlo).

Este fue el primer tropezón en un viaje que nos llevó 26 horas en total. Detalles:

1) Tuvimos que pasar todo el día jueves en el aeropuerto de Miami, porque el próximo vuelo salía a las 8 de la noche (en realidad salió a las 8:40 de la noche). O sea, pasamos 13 horas en el aeropuerto de Miami.

2) Cuando (por fin) íbamos a hacer el check-in en el escritorio de Varig, no encontraban mi reservación. Resulta que mi boleto tenía un número de United Airlines, que es afiliado de Varig pero no es Varig. Casi media hora para dar con mi reservación y emitir mi boarding pass.

3) Llegamos a São Paolo como a las 5 de la mañana. Se me olvidó la tarjeta de entrada/salida en el avión, pero por dicha me dieron otra en la casetilla de inmigración.

4) Para subirnos al vuelo de conexión entre São Paolo y Rio, nos tocó dar toda la vuelta por el aeropuerto – pasar por inmigración y volver a hacer un check-in. No sabíamos bien en qué filas ir, pero encontramos la que era y nos dieron un boarding pass.

Lo único que me gustó de esta larga espera (los trabajadores del aeropuerto no tenían prisa para naaada) es que en São Paolo, en vez de las pantallas de televisión que tienen en los EU con la información de los vuelos que entran y salen, tienen una de estas pantallas tipo persianas (quisiera saber el nombre!) que cuando cambia la información, se dan vuelta al otro lado. Los paneles eran negros con letras blancas y rojas.


En algún momento cambió toda la lista y el sonar de los panelitos dando vuelta fue muy suave y reconfortante, como de aplausos, o de naipes gigantes de madera que se barajaban. Me encantan esas cosas mecánicas en nuestro mundo de alta tecnología. Me transporté a una estación de ferrocarril del siglo diecinueve, yo en Inglaterra con mi sombrero, guantes negros, zapatos cerrados de tacón grueso y una maleta estilo cajón, y los relojes en toda la estación sincronizando mi vida con la de todos los demás, una verdadera novedad, el viaje toda una aventura.

5) Bueno, nos dieron los boarding passes y salimos tiradas a pasar por el sistema de seguridad y abordar el siguiente vuelo, cuando nos detuvo un oficial. Resulta que nos faltaba un sello en el boarding pass mostrando que ya habíamos pagado impuestos. Buro-fuckin-cracia.

6) Seguimos a un gringote que tenía el mismo problema. El suertudo pudo cortar la gran fila para que le dieran el sello. Nosotras tratamos (faltaban 10 minutos para que saliera el vuelo a Rio), pero el idiota del escritorio no nos permitió cortar la fila y de paso, todos los que estaban haciéndola reclamaron. Tuve un momento ugly American – o sea, un momento en el que padecí la alucinación de el mundo es mi club privado y que si las cosas no van de la forma esperada (eficiente, rápida, cómoda), es problema de los que deben atenderme. Muy gringa yo, me enojé en inglés: “This is fucking stupid.” Al instante me ubiqué. Mi hermana, más tranquila, se alegró de poder ir al baño antes de abordar el siguiente vuelo.

7) Milagrosamente, pasamos por seguridad rápidamente y volamos para el portón indicado. No encontramos un alma y por los cristales vimos la pista ... vacía. Una trabajadora de Varig se acercó, vio nuestros documentos y llamó por su walkie talkie. Yo pensé que estaban parando el vuelo – ahora sí, dije yo, esto es de película – pero fue para que nos dejaran pasar al próximo vuelo.

8) Llegamos, por fin, a Rio de Janeiro. En el aeropuerto compramos una tarjeta de llamadas (cartão) por $50, que supuestamente nos iba a permitir hacer un par de horas de llamadas locales e internacionales. El bendito cartão nos sirvió una vez solamente: para llamar al taxista que nos llevó.

Dos noches después – cuando quisimos usar el cartão de nuevo y una grabación en portugués nos decía que los fondos estaban agotados – María y yo llegamos a la conclusión de que en la oficina que nos vendió el cartão, apuntaron el código al “explicarnos” como usarlo. Una estafa elemental, mi querido Watson, no muy high-tech que digamos.

Y ahí murió mi decimonónico sueño de la aventura en la estación de tren inglesa: estábamos en Rio de Janeiro, Brasil, un viernes 7 de julio a las 9:30 de la mañana.

7.06.2006

vagancia

En la mañana pasamos por la casa de P. Este es el diálogo entre él y su mamá.
—¿Y vos dónde amaneciste?
—En la calle.
—¿Qué calle?
(Sale sin responder).

Y nos fuimos a desayunar al Centroamericano, donde hablamos italiano y francés de mentira y en la roconola sonaba una canción vieeeeeeja de Maná.

7.03.2006

the luckiest girl in the planet (or, happy birthday to me)

-But ... say something!
-I can’t!
-Why not?
-I can’t ... I’m gonna say the wrong thing.
-Why?
-I love you.
Happy birthday to me, when someone as beautiful as you wanted to show up at my door at 12:03 in the morning, to hold my hand and wish me well.