8.03.2006

el desmedrado

Amigos, cuando les conté que los hombres en Río de Janeiro no nos paraban bola, les mentí.
Uno de esos días maravillosos y soleados, en que María y yo íbamos caminando medio desorientadas por las calles de Copa, se nos cruzó un hombre que parecía salidito de un cuadro de Picasso. Bajo, cuadradón, de cuerpo desigual – un hombro más alto que el otro, el pelo largo, cenizo, en una cola que no alcanzaba a domarle las mechas – tenía una cara notablemente asimétrica. ¿Era vizco? ¿Tenía un ojo más alto que el otro? ¿Parálisis facial? No sé. Fue una de esas cosas que ves y no captás hasta después. El tipo pasó veloz y María me dijo, ¿viste ese hombre? No faltó más. Nos tiramos la carcajada. – Te juro que nunca he visto cara más angustiada que esa. – ¡No, ni yo!
Una semana después, la Mari y yo andábamos en la calle, alucinando de hambre. Entramos en un pequeño comedor (que aquí se llama botiquim) y estábamos ojeando el menú cuando de pronto ... ¡el vizco! Estaba parado en el bar, justo al lado derecho de nuestra mesa. Con su cara desmedrada – y aparte borracho – nos dice, ¿quieren una recomendación? Y nosotras, como niñas educadas que somos, asentimos. Papa a la calabresa, nos dice, lo mejor que hay en Brasil. Gracias, le dijimos, haciéndonos las locas.
Seguíamos ojeando el menú, cuando llega a la mesa un plato de papas a la calabresa ... con tres tenedores. Se veían deliciosas: unas papitas cocidas enteras, con cáscara, bañadas en un mojo de aceite de oliva y ajo. Sólo que el vivo este, que ya estaba también pidiendo tres cervezas (le dijimos que no), empieza a comer (de pié) y a parlotear como el dueño y señor de la mesa. En lo que hablaba, se babeó un par de veces sobre el plato. ¡Qué asco!
María y yo nos quedamos viendo y le digo (en inglés), Hm. Aquí no hay forma decorosa de cortar... Vámonos.
Le dimos las gracias al vizco (¡lo que son los modales!), nos levantamos y nos fuimos. Supongo que se quedó atónito. Y nosotras, pues comprobamos (aunque talvez no del modo preferido) aquello que dice un amigo mío: que no es lo mismo tener un hambre atroz que un hombre atrás.

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