8.07.2007

suicide is a strong word and my lemon sorbet is melting

It was just a hyperbole, the thing about virtual suicide, but it got some attention and my next question (apropos of that) is : Whose profile do you look at the most?
Because there’s something weird about wanting to look, something weirder about wanting to be looked at, and something even weirder about wanting to see how you’re being looked at.
I was at the Plough & Stars having a beer Thursday night and I asked my friend who’s not on Facebook, how come? She prefers to have more privacy, she said. And I nodded, because I wanted to hear all she had to say about it, but I couldn’t help hearing myself think what to me (and probably everyone here) is the obvious answer.
You don’t post anything you don’t want to make public. Better yet, you only post what you want to make public. (In theory you can restrict your public, but once it’s out there, it’s public, period).
There’s nothing more private than being an Internet exhibitionist. For me, at least, it’s been a long time since being on the Internet made me feel transparent. Vulnerability gave way very quickly to the thrill of watching a thick layer of "me-but-not-me" appear made of colors, words, pictures, fish tanks and whatever else you can add to your profile to make it just so.
Speaking of which, where are they coming from, all the little Facebook add-ons? I keep trying them out of curiosity, and maybe I’m just boring but they’re never as fun as they seem. I end up dropping them, just like cheap makeup from CVS – it just never comes through. (It melts in the heat or something, like my lemon sorbet.)
I suppose there’s a reason someone called software interfaces “skins”. A happy metaphor from my point of view, as I try to imagine that I’m not the only one who “dresses up” to go out and enjoy this virtual flânerie, this bizarre wanting to see and to be seen. What would Baudelaire think?

7.26.2007

virtual suicide

I’m considering committing virtual suicide. I mean, really, what would happen if I just disappeared off the Web?
Do you remember a thing called Friendster? Like many other things (and much like shopping past seasons’ fashions on sale), I joined Friendster when it was already passé, probably in 2003. I’m not sure why I did it, but I’ll guess it had to do with where I was at – ending a five-year relationship and feeling trapped in Sarasota (otherwise known as Sorry-sota), Florida, the retirement town where I chose to spend my twenties. I must have wanted to feel connected and make up for lost time, I guess.
I deleted my Friendster profile about two weeks ago. What finally made me decide to do it was seeing that an ex-boyfriend’s friend (in this case, a non-friend) had been browsing at my profile. But in all truth, I never logged on to Friendster any more and neither did the original hipsters I’d wanted to connect to. I figured anyone from college that really wanted to contact me would have my email address anyway. Plus, there’s Facebook and MySpace. Plus, come to think of it, there’s life.
And then it happened. My college’s alumni association created something called Affinity Circles and I was emailed to join. Before I even made a decision whether to join, I had a few friend invites trickling into my inbox -- many from people I’d just left in Friendster.
A few days later, I bumped into my ten-year old niece on MSN Messenger, and she asked me to do something I’d been avoiding for months – check out her hi5 profile. That one was really scary, because as soon as I joined I was automatically made “friends” of anyone who had invited me to join over the last however-long-I’d-been-avoiding-it. The social network had been ... expecting me.
Now, don’t get me wrong, I love my niece and I want to be in contact with her. Same with my friends.
But I wonder: Does every relationship require a software interface? And the work of creating a profile for each one, writing down your interests, posting photos – in short, creating a fiction of yourself for others to interact with, time and time again, is so consuming.
For practicality’s sake, I’ve found myself wishing there was one single master social network we could all relate through. Then I imagine that taken to its logical consequences. It's absolutely frightening.
Lately I get the feeling I’m on my way to obsolescence. I ask myself if it’s an exaggeration to think that my day-to-day loneliness is proportional to my virtual connectedness.
So I wonder. What if I erased myself from all the social networks? Can I live off of them? Can you?

7.21.2007

bachaterátana

Sin duda es señal de una pobrísima aculturación el que suSpace esté poblado de bachateras y reggaetoneras; ufff (a ritmo de bachata), cuesta subir parriba después de la florecita roquera.

3.28.2007

roces suburbanos

Sonaba Patricia Manterola y algo de cuarenta grados de temperatura, con ese movimiento eres una tortura, y yo asociaba esa canción con un mundial de fútbol, pero no recordaba qué año era ni dónde estaba yo. Recordaba el video musical como frívolo pero sexy, como todo lo latino al pasar por el departamento de marketing se vuelve sexy. Con días asediada por deseos vagos, fantasías ajenas y propias y ganas de exhibirme al sol, era fácil transportarme a ese mundo de video musical con sus traseros perfectos y abdómenes de celuloide desbordando los gustos exquisitos por los que encauzo mi vida diaria.
Corría en la penumbre miamense, al lado de una calle poco transitada. Más bien caminaba, pues ya había terminado la parte más fuerte de mi rutina en el campo de golf, bajo una caída de sol espectacular. Del otro lado de la calle pasó una joven esbelta. Iba muy erguida y llevaba un terrier blanco de paseo. Vestía de jeans y blusa blanca sin mangas, y llevaba una bufanda de seda negra con lunares blancos que, muy ajustada al cuello, le daba aspecto de aeromoza en una tarjeta postal de los cincuentas. Tomé nota del look, simpático y elegante para Miami.
Para mi ritual de culto al cuerpo me motiva la idea de una fiesta movidísima, asi que caminaba a prisa, dejándome llevar por los pulsos ruidosos de mi iPod, imaginándome al galán apetitoso que me apretaba con sus movimientos y era una tortura cuando noté, un poco adelante en mi camino y a mi izquierda, a un espécimen bastante formidable del género masculino.
Tenía los hombros anchos y los brazos musculosos, el torso realzado por el color muy blanco de su piel y de su camiseta deportiva, también blanca y sin mangas, que despuntaba en la sombra de esa hora. Estaba de pié en lo que sería su patio (que en la Florida suburbana viene a ser la franja de césped que divide casa de calle), supongo que viendo gente pasar, igual que yo. Lo separaba de la acera una cerca no muy alta, de barras negras. No vi su cara, pero algo en su figura me recordó al hermano menor de una amiga que muchos, muchos años después de haber sido mi compañero en el colegio me confesó, en un bar en Managua donde me lo encontré de casualidad, que siempre había sido admirador mío. En el colegio me había parecido mucho menor que yo, pero creo que siempre tuve la curiosidad de besarlo y hoy no recuerdo si esa noche (en la que ya no éramos ni chiquillos ni compañeros) lo besé o no.
Seguía la Pati con que el ritmo no pare, no pare, no, y yo mentalmente me frotaba contra el cuerpazo de mi compañero de baile imaginario, cuando pasé al lado del hombre del patio y noté su postura, parado a medio perfil y moviendo su brazo rígido como un hombre. Y la naturalidad con que pensé que hacía algo de hombres me hizo echarle otro vistazo, de arriba a abajo esta vez, porque ahí supe (al ver su expresión compungida de gusto) lo que pasaba con el movimiento rítmico de ese brazo y por primera vez, de las muchas que he pillado a un masturbador público, entendí a tiempo de tener la delirante revelación de que si yo quería, podía convertir su violación en un juego a mi favor; de que, si yo quería, podia elegir ser partícipe. Pero todo pasó en cuestión de segundos y el ritmo de mi marcha no paró y cuando entendí todo, él ya estaba a mis espaldas, ya estremecido, quizás; perdido para siempre en una tarde de un día laboral cualquiera que moría. Debí haber detenido mi marcha un segundo o echarme un milímetro hacia atrás cuando entendí, no sé; en todo caso, quise haberme detenido un poco y admirarlo.
Sí, admirarlo: verlo una vez más, detenidamente, un segundo más y con malicia. Liberarlo con el fácil don de la mirada. ¿Qué me costaba? Liberarme con lo que hubiese aprendido yo al ver. Me invadió una ola de complicidad seguida de un miedo indecible. Empecé a correr. Pero sabía que no me iba a seguir. Que su placer consiste, justamente, en esperar. A media cuadra, una señora paseaba con un terrier blanco y una niña balbuceante de vestidito rojo.

3.10.2007

bote de especias

el cosquilleo en la punta de la lengua
la horchata de los tacos lupita
un día al menos parcialmente soleado
los amigos que escriben y me leen
la salita para tomar té donde no entro para no imaginarte
mi cuerpo sano
guantes para correr
viejos amantes de quien tener celitos todavía
mamá que sigue viva, con su capa y sus faldas
la bossanova
el escote que pienso exhibir en el verano
el té caliente esperándome en casa
el cancionero de un amor que nace
y tal vez duerme o se muere sin aviso
mi deseo que siempre se renueva
capoeira y salvador de bahía en el futuro
el sol caliente que me besa las piernas
seis pares de zapatos con el zapatero
la cancion con que te pienso y ya olvidaste
mi cartero cara de buena gente en otra esquina
el círculo de fuego del ombligo
correr en un lugar llamado el río místico
gracias por las delicias de estar viva

2.04.2007

anticlímax (medusa)

inesperada ventanilla del tiempo

trajo el perfume perdido de tu piel

yo a vos te quiero porque sí

(lo sé)

¿qué se siente saberlo?

(responsabilidad)

(me mirás muy ... intensamente)

quiero mirar

(no me mires así)

pero miré.

sólo alcancé a escuchar

un derrumbe de sal.

todo natural, medusa.


2.02.2007

hormiguita

Todos tenemos un jardín de consuelo. El mío es una casa grande, casa de grandes ventanales, casa tibia, casa arreglada, casa limpia, casa. La casa de mi madre casi huérfana rodando de la casa de un tío a la casa de otro, a la casa del cura, a la casa donde iba a ser sirvienta, a la casa prestada de mi padre. La casa de mi abuela errante, mi abuela perdida en una vida que el destino le había negado y ella igual se robó queriéndose tragar los calendarios, la casa de mi abuela que dejó a mi madre huérfana y a sus otros cinco hijos huérfanos mientras ella se daba otro chance, otro chance en otra casa con otro hombre en otro país. La casa que mi abuela no halló, pobre vieja demente rodando abandonada aún hoy.
La casa que ellas anhelaban en su alma y que estuvo siempre vacía y sin color: esa casa es la casa que yo amueblo y revisto de mi amor todos los días, la casa donde vivo no importa donde viva, la casa de mi escasa cocina, de la risa de niñas adoradas que yo aguardo, casita de mis sueños revueltos con mis faltas, casita de mis pequeños logros y mis grandes anhelos. Ese es mi jardín de consuelo.