8.28.2006

vicisitudes de la lengua

¿Qué es esto, el diario de Bridget Jones? Tanto hablar de chicos... Aqui instalada en el pasillo de un Hostal Imperial en Miraflores, que de imperial no tiene nada, aprovecho mis últimas horas de viajera anónima para contar algo alucinante que nada tiene que ver con el sexo débil (sí, ellos). Y asi despedirme del verano.

En Perú creen que soy española; el diablito que llevo sentado en el hombro izquierdo me ha soplado al oído, “creo que eso significa que no tengo cara de india.” ¡Qué malo! Y en Río, un señor pensó que yo era gaucha, o sea habitante de la frontera con Argentina, donde se habla portugués con deje castellano. El detalle es que “captó” mi acento antes de que yo dijera palabra. Qué cara versátil tengo, ¿no? De nica, a conquistadora, a gaucha. Y yo que solo quiero retardar las arruguitas que ya empiezan a asomarse. Y talvez parecerme un poquito a Frida o a la Zeta Jones.

En Brasil, decir que algo es la foda significa que es lo máximo; mientras que decirle a alguien fodase es decirle que se joda. O sea que de algún modo, joder es lo máximo, ¿no?

Lo bueno, lo cool, en Brasil es legal. ¿Cuándo se ha visto esa admiración por las normas? En otros lugares, lo bueno se sale del marco, incluso de lo civilizado: en Nicaragua, salvaje, bestial (búfalo para una generación atrás); en Perú, bacán y (mi favorito) monstruo, pronunciado mostro.

La muletilla para expresar que estás prestando atención o estás de acuerdo, es é o éa. Pero ese é suena igualito a la clásica expresión nica de desafío o desdeño. Ejemplo: —Lola, el Difunto dice que todo fue tu culpa. Respuesta nica: —É! (se dice con fuerza, con la nariz para arriba, tipo, ¡está completamente loco! La negación total.)

Mientras que, por el contrario, el éa portugués me suena al yeah inglés, de modo que en portugués cuando asentís, es con ganas. Oh yeeeaaah para todo.

El oi brasilero, que significa hola y se usa de muchas formas para llamar la atención de otra persona, me suena al nica óe, que tiene el mismo uso y además puede ser tan deliciosamente celebratorio, como el ¡Oeeee, bacanal! con que saludo a W.

Un día entré a un supermercado en Río que tenía bines repletos de carne seca de lagarto: bistecs, lenguas, creo que hasta visceras, emblanquecidas y con olor extraño por todo el súper. ¿Sería costumbre amazónica eso de comer lagarto? Fue en el aeropuerto, saliendo de Brasil, que me enteré que lagarto significa res.

En Portugués, botar algo es tirarlo pero también ponerlo (o sea que la gallina bota huevos). Pegar es coger algo y también pillar a alguien (y yo no puedo evitar conjugarlo todo para imaginarme un escenario fetichista en el que te pillan, te cogen y te pegan). Marcar es fijar (por ejemplo, una cita), mientras que ligar es marcar (un número telefónico) y rolar es, coloquialmente, ligar con alguien.

¡Qué rollo!

8.23.2006

delicia de los desencuentros

El salón de belleza era la sala de una casa. Era amplia, con ladrillos blancos; de un lado estaban las habitaciones de las dueñas y estilistas y del otro, un porche que daba a una calle sucia y muy transitada.

La niña estaba empezando a caminar y ensayaba sus primeras palabras. Se tambaleaba de la sala al porche recitando su palabra preferida: No – decía. (Pausa). No. (Pausa). (Se agarraba de las patas de las sillas, como una pequeña astronauta de pañales pesados). Y después en crescendo: ¡no, no, no, no!

La pedicurista le frotaba los talones a mi madre con la piedra pómez cuando las dos se percataron de la vehemencia con que la bebita ensimismada andaba recitando su “no.” Alzó los ojos y le dijo a mi mami: “Ay, hermana, ¡si tan sólo siguiera diciendo así después de los quince!” Las carcajadas no se hicieron esperar. Hasta la señora que andaba barriendo los mechones del piso se detuvo a media sala a doblarse de la risa.

Escuché mucha conversación de grandes (y me atiborré de porquerías leyendo Vanidades y Cosmopolitan) cuando mi madre me dejaba acompañarla al salón de belleza, pero esa conversación de la bebita nunca la olvidé.

Últimamente la recuerdo porque en lugar de idílicos encuentros con tipazos exóticos, me he dedicado a coleccionar desencuentros. Del taxista y el engañadito ya les conté. Hubo también un morenazo de ojos verdes con un cuerpo soñado (platicamos en la playa), pero andaba de paso por Río, así que no íbamos a ser amigos y una aventura tan anónima no me inspiró.

Hubo el rubio divorciado que vivió muchos años en Boston, tenía una voz suave y una moto (qué emoción), pero ante la duda de que la primera vez que no coincidimos me había dejado plantada, la segunda vez lo dejé tocar el timbre muchas veces mientras yo continuaba disfrutando mi baño calientito, sola y tranquila. (Ese fue el desencuentro más premeditado de mi vida).

Hubo el mesero simpático que dejé plantado sin querer y con mucho pesar: me invitó a una cerveza mi última noche en Río, pero corrí tanto por toda la ciudad ese día, que en la noche ya no tuve ganas de ir hasta allá a encontrarme con él.

Hubo el intelectual peruano, un flaco lindo y desarreglado con una inteligencia deliciosa y encanto de más, pero la novia me lanzó dardos venenosos por los ojos cuando me le acerqué. Después me cayó mal por sometido.

Hubo el rock star peruano que hubiera colmado mi fantasía groupie, pero es que el peludo no estaba tan bueno como su música.

En algún momento, hubo hasta un desencuentro en mi propia sala, para qué cuento más.

He de confesar que hay algo bien rico en todo eso. La picarona de Lily me decía hace varias semanas: “¿Y entonces? ¿Vas a ser la única que fue a Brasil y no se afincó un brasileño?” Ohhh the pressure! Y yo quería, a veces sí quería.

Pero no.

Cada vez que lo digo me da risa. Me siento un poco torpe y cómica, como esa niña que está aprendiendo a coordinar su cuerpo con su voz, su inteligencia con su deseo. Mejor aún, cuando lo digo y sé que ya no estoy guardando luto por el Difunto, sino siendo leal conmigo misma, me siento... grande.

Ah, pero a Brasil, a Brasil hay que volver. Eso síííí.


8.14.2006

breve documental de un imposible

Amigos. No es que yo quiera arrastrar nostalgias ni complicaciones a este espacio decididamente irresponsable. Pero es que hay que decirlo. Si por la boca muere el pez, entonces las niñas han de morir por las orejitas.

Claro, porque hay palabras que entran y se quedan ahi, murmurando. Pequeños poemas cotidianos que se hacen sin querer y piden su espacio.

Voy a que sus palabras me seducen. No podría decírselo a él nunca (en realidad, hace muchos años que lo intuye). Pero a ustedes sí.

De todos modos, para evitar que la cursilería sea imperdonable, me limito a documentar y no comento mas.
Querida...,

De Boston a Lima. Melville describe la bruma del puerto y la ciudad, su casi aterradora tristeza.

A estas alturas tu seminario ya estará por terminar y tu ya serás ciudadana honoraria de la tres veces coronada ciudad de los reyes–ciudad “jardín”, en mi infancia; Lima “la horrible”, para otros.

Espero que estés disfrutando de tu estadía. Me imagino que después de Río, Lima va a ser un pastelito. ¿Está gris? El día que se sienta más gris [porque el gris se siente en la piel en esa ciudad] vete a mirar el mar desde los acantilados de Miraflores: no le digas nada, no le preguntes nada; simplemente míralo cumplir con sus rituales.

Un abrazo,
....

Prueba pictórica de que seguí su recomendación, un suspirito aqui entre nos, y chau.


8.03.2006

el galán tatuador

En las playas de Río pasan los vendedores. Experimentados, ya saben bien qué venderle a quién. Nosotras, como buenas turistas, compramos aretes hechos de pedazos de coco y unas mantillas con colores escandalosos para acostarnos en la arena. María se compró una salida de baño con un bordado hermoso. Yo me compré una botellita de bronceador que supuestamente era de coco, pero más bien olía a aceite de bebé (¡y qué pañal el que andaba yo puesto!) Y como todo el mundo, siempre que fuimos a la playa compramos agua, Skol, milho (elotes) y biscoitos (son como las rosquillas nicas, pero livianitas).
Me encanta escuchar los pregones. Mejor dicho, cuando los escucho me imagino estar en el lugar de mi viejo. Él disfrutaba de prestar atención a ese tipo de detalles. Me acuerdo que le gustaba escuchar un vendedor de periódicos que entonaba así: ¡La Preeeeeeeeensa-La PrensÁ-a!
El pregón más común que escucho aquí es Itália, ItÁlia!, con tremendo énfasis en la segunda Itália (es un sorbete). De vez en cuando algún pregón incorpora una estrategia de marketing: Itália, Itália! O mais barato da praia! Pero mi preferido hasta el momento fue, O camarão, camarão, camarão! Y con rrrrritmo ese camarão. Como si fuera un poema (Elogio al Rico y Delicioso Camarón) adaptado a la samba. Buenísimo.
Un día, la Mari y yo estábamos sentadas en la playa y un vendedor galán nos vino a saludar. Sin que me diera cuenta ya nos había besado la mano a cada una y nos charloteaba, de lo más simpático. Era un moreno joven, con el pelo en dreads y la piel azulosa, achicharrado de andar en el sol. Lo que vendía era una especie de tatuajes no-permanentes cuyos diseños llevaba en un álbum destartalado: maripositas, laureles, símbolos africanos, qué se yo. Conversa conversa y de pronto, el vivo me agarra el pié y hace el ademán de empezar a pintármelo con un palito. Yo lo retiré al instante y le digo, No, yo no quiero tatuaje, gracias.
No es tatuaje, me dice todo meloso, es un dibujo con carbón orgánico. Acto seguido me vuelve a agarrar el pié, y yo que lo vuelvo a retirar le digo, ya enojada: ¡Que no!
Se levantó el galán tatuador enojadísimo, y se fue recitando una retahíla que puntualizó con: ¡O Brasil não é uma terra de gente com mala onda!
Y ese fue nuestro segundo cara de pau.

el desmedrado

Amigos, cuando les conté que los hombres en Río de Janeiro no nos paraban bola, les mentí.
Uno de esos días maravillosos y soleados, en que María y yo íbamos caminando medio desorientadas por las calles de Copa, se nos cruzó un hombre que parecía salidito de un cuadro de Picasso. Bajo, cuadradón, de cuerpo desigual – un hombro más alto que el otro, el pelo largo, cenizo, en una cola que no alcanzaba a domarle las mechas – tenía una cara notablemente asimétrica. ¿Era vizco? ¿Tenía un ojo más alto que el otro? ¿Parálisis facial? No sé. Fue una de esas cosas que ves y no captás hasta después. El tipo pasó veloz y María me dijo, ¿viste ese hombre? No faltó más. Nos tiramos la carcajada. – Te juro que nunca he visto cara más angustiada que esa. – ¡No, ni yo!
Una semana después, la Mari y yo andábamos en la calle, alucinando de hambre. Entramos en un pequeño comedor (que aquí se llama botiquim) y estábamos ojeando el menú cuando de pronto ... ¡el vizco! Estaba parado en el bar, justo al lado derecho de nuestra mesa. Con su cara desmedrada – y aparte borracho – nos dice, ¿quieren una recomendación? Y nosotras, como niñas educadas que somos, asentimos. Papa a la calabresa, nos dice, lo mejor que hay en Brasil. Gracias, le dijimos, haciéndonos las locas.
Seguíamos ojeando el menú, cuando llega a la mesa un plato de papas a la calabresa ... con tres tenedores. Se veían deliciosas: unas papitas cocidas enteras, con cáscara, bañadas en un mojo de aceite de oliva y ajo. Sólo que el vivo este, que ya estaba también pidiendo tres cervezas (le dijimos que no), empieza a comer (de pié) y a parlotear como el dueño y señor de la mesa. En lo que hablaba, se babeó un par de veces sobre el plato. ¡Qué asco!
María y yo nos quedamos viendo y le digo (en inglés), Hm. Aquí no hay forma decorosa de cortar... Vámonos.
Le dimos las gracias al vizco (¡lo que son los modales!), nos levantamos y nos fuimos. Supongo que se quedó atónito. Y nosotras, pues comprobamos (aunque talvez no del modo preferido) aquello que dice un amigo mío: que no es lo mismo tener un hambre atroz que un hombre atrás.